Era la noche más oscura de la temporada, el viento era tan frio que se tornaba difícil respirar. Ya las rejas estaban cerradas y el manicomio estaba a punto de llegar a su lado más opaco, allí vivía Pablo un joven de 25 años, de contextura delgada con unos ojos negros que reflejaban la soledad de su alma y la profundidad de sus dolencias, de piel blanca, su cabello era castaño oscuro algo desarreglado, tenía un anillo plateado en su índice derecho y una ligero lunar en su pecho.
Se la pasaba por los pasillos más largos y alejados, caminando con una bata blanca con ligeras manchas de tierra y una botella de agua en la mano, le gustaba salir al jardín a ver como el viento movía las hojas de los árboles, y ver a los otros pacientes que eran ligeramente felices, veía como el color de la tierra y de las flores eran lo que brillaba en aquel lugar y eso lo hacía sentir más vivo que nunca, le encantaba sentir el viento en su rostro y dejarse llevar por el tiempo.
El hecho de estar en un manicomio le daba una percepción diferente de la vida, decían que él estaba ‘’loco’’ pero él no lo creía así. Era un hombre solitario, no era esa soledad que hace daño, es esa que le permitía conectarse con el mismo y ver en el interior de él, un hombre de pocas palabras que transmitía lo que sentía por medio de la mirada, esa mirada suave y profunda al mismo tiempo que no dejaba ver mucho su interior, un hombre duro como una roca pero fino como la brisa.
Una tarde, Pablo estaba mirando por la ventana que daba a la calle como las otras veces, pero ese era un día diferente no era tan común como los otros. Pablo estaba viendo la gente pasar, dando pasos fuertes y hablando duro, los veía correr de un lado a otro tomando café, con miradas distraídas y rostros rígidos, escuchaba las campanas de la iglesia y el ruido de los carros, el viento era denso y pesado, las hojas de los arboles no caían con tranquilidad, el las veía decepcionadas e intranquilas, los semáforos cambiaban rápido, as luces de los edificios eran brillantes e insoportables.
El sintió algo diferente ese día, se dio cuenta que prefería mil veces estar en el manicomio que allá afuera, en donde la vida parecía más vacía. Se sintió tranquilo y dio un respiro de esos que limpian el alma y la llevan a un estado de serenidad. No muchos pueden creer que la vida en un manicomio es calmada y no le van a creer a Pablo cuando dice que en medio de su soldad es feliz, la gente puede llegar a pensar que el estado máximo de felicidad es la libertad, y que esta se encuentra afuera.
Para Pablo, “ser libre” no significaba ser feliz, y esa tarde se dio cuenta de su mayor temor. Él no vivía en un manicomio, vivía en una casa del norte de dos pisos, con cuadros en las paredes de distinguidos artistas, con un piso refinado de madera y un jardín muy bien cuidado lleno de hermosas y exóticas plantas, en donde el viento soplaba con fuerza. No llevaba una bata blanca con manchas de tierra, tenía un traje de paño y una corbata roja, con zapatos perfectamente embolados y una camisa muy bien planchada. No era un hombre literalmente “solitario” estaba rodeado de muchas personas imponentes y muchos amigos. No estaba en los pasillos más solitarios, se la pasaba por las calles más pobladas de la ciudad llenas de tráfico, ruidos, restaurantes, museos y parques. No llevaba una botella de agua en la mano, tenía un maletín de cuero marrón lleno de papeles y números telefónicos.
Pero a diferencia de todo esto, Pablo si era un hombre “loco” ¿Entonces porque no estaba en el manicomio? No era ese tipo de locura que necesita de psiquiatras, era la locura más grande de todas, en donde su alma se contrastaba a diario. Él siempre supo que estaba libre, pero no lo sentía así, estaba vacío por dentro, no le encontraba un sentido o un derecho a su vida, siempre prefirió ser cerrado, alejarse del mundo que conocía. Solo lograba ser feliz cuando se encontraba con el mismo y podía estar en su jardín.
Después de mirar por la ventana, volvió a su pequeño “manicomio” en donde estaba realmente tranquilo, aquel lugar en donde se entendía, y encontraba el complemento de su vida cuando estaba viendo el color de la tierra y de las flores. Entonces tal vez todos sean “locos” y todos tengan su propio lugar en donde se deshacen de sí mismos, tal vez la misma realidad debería ser nuestro “manicomio”
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