¿Cómo te explico que tu aroma me teletransporta a tus brazos, que inhalar y exhalar se convierte en un deleite y que me siento cerquita de ti? Una simple prenda puede convertirse en un amuleto indispensable para conciliar el sueño. Algunos podrán decir que me aferro a cosas vanas o insignificantes, pero no podría demostrarles con hechos reales que un simple perfume tiene la dichosa capacidad de desmoronar mi cuerpo y mis sentidos, que el tiempo se detiene por unos segundos y que mi entorno se convierte en un lugar seguro. Me gustaría que fuera eterno, que nunca se acabara el olor, pero en unos días o horas tal vez ya no esté, tal vez no lo sienta de nuevo. Sin embargo, puedo asegurarte que si un día voy por la calle y me cruzo con una persona que usa el mismo aroma, voltearé a mirar con la esperanza de que seas tú. Quisiera guardarte en un frasco pequeñito y que cada vez que te extrañe pueda refugiarme en él y sentirte un poco menos lejos. La ciencia dice que el cerebro recuerda los olores y no tengo nada que refutarles. Pero si me hicieran un estudio cada vez que huelo tu aroma, podrían decidir sin duda que se activa cada célula de mi cuerpo y que cada una de ellas te recuerda de forma única e irrepetible, como un grano de arena en la playa, un grano que no se repite, que no se pierde ni se destruye, solo fluye con el agua.